Artículo 3. Todo individuo tiene derecho a la vida, la libertad y a la seguridad de su persona.
Artículo 13.1. Toda persona tiene derecho a circular libremente y a elegir su residencia en el territorio de un Estado.
Artículo 25. 1. Toda persona tiene derecho a un nivel de vida adecuado que le asegure, así como a su familia, la salud y el bienestar, y en especial la alimentación, el vestido, la vivienda, la asistencia médica y los servicios sociales necesarios […]
Todos reconocemos estas afirmaciones. En 1948, la Declaración Universal de los Derechos Humanos, proclamada por la Asamblea General de las Naciones Unidas en París, por vez primera establecía una base común a todos los pueblos sobre los derechos inalienables que nos hacen humanos. Una utopía que, como todo horizonte inalcanzable que se aleja conforme caminamos, sirve para continuar avanzando.
Sin embargo, nuestro avance, el llamado «desarrollo», no se traduce precisamente en una mejora generalizada para la humanidad. La desigualdad, una brecha profunda y peligrosa, se encuentra ya en unos niveles catastróficos. En 2015, el 1% de los habitantes más ricos del mundo (72 millones) poseían una cantidad de riqueza igual a la del 99% de la población restante (7128 millones), según el Informe Oxfam. Dos años después, la tendencia ha continuado.
Esta desigualdad extrema se traduce en formas de vida casi imposibles de asimilar. Y creemos que estamos más cerca de entender a ese 20% que acapara el 86% del consumo mundial que al 20% más pobre que se tiene que repartir el 1,3% del consumo. «Nosotros», los de ese gran bolsón de 60%, nos repartimos el 12,7% de la capacidad de consumo. La fracción es sencilla de calcular. 86.0 /20, 12.7 /60, 1.3 /20. Ahora continúa leyendo con atención.
El 75% de la población mundial vive en países subdesarrollados. Más del 90% de los niños nacen en esos países. Desde 1945, al menos 600 millones de personas han muerto de hambre; diez veces más que en la Segunda Guerra Mundial. 1.000 millones de personas carecen de vivienda estimable… La desigualdad es un genocidio que ataca todos los flancos de una. Porque la falta de alimento, salud, educación o vivienda, no son carencias distantes, sino interrelacionadas, y se retroaliementan unas a otras.
Una población que no tiene dónde alojarse correctamente, es decir, una población con familias en situación de hacinamiento, o sin unas instalaciones mínimas de saneamiento y agua, sin un espacio seguro tanto en terreno, construcción, como respecto a acciones humanas, etc., es una población que no podrá desarrollarse personalmente, ni física ni intelectualmente. Si una familia no tiene un habitáculo que permita la higiene, enfermarán. Si tienen que dormir 7 personas en una cuartito de 3×3, no rendirán en el trabajo, ni en la escuela. Si no les conceden un servicio de electricidad por pertenecer al sector «informal», sus hijos no podrán estudiar durante las horas de oscuridad.
Sin una vivienda habitable, sin un entorno que responda a los servicios mínimos requeridos en este siglo XXI, ese segmento social probablemente pasará a alimentar el 1.3 /20. Cada día de sus vidas, el «horizonte» avanzará por sí mismo, y esa brecha se agrandará. La pobreza es un círculo vicioso, y es multisectorial.
Con una situación así, no es difícil sentenciar que no, no todos los seres humanos tienen el mismo derecho a la vida, a libertad y a seguridad de su persona, no todos pueden circular libremente, ni elegir el lugar donde viven, ni todos tienen un nivel de vida que asegura su salud y la de los suyos. Cuando hablamos de desigualdad hay que hablar de exclusión, de opresores y oprimidos, de una desintegración de los derechos más profundos. Podemos sentenciar el fracaso total y extremo del desarrollo, y, por la parte que nos toca en nuestra profesión, un fracaso como arquitectos, que no hemos sabido tomar nuestros conocimientos y competencias como herramienta contra la desigualdad.
“El informe Oxfam de 2015 nos recuerda, en un momento muy oportuno, que cualquier iniciativa que realmente pretenda erradicar la pobreza debe hacer frente a las decisiones sobre políticas públicas que generan y perpetúan la desigualdad.” (Josep Siglitz, premio Nobel de economía, sobre el informe Oxfam).
No dudemos en ningún momento que la vivienda es pieza clave de ello, que es una determinación que tiene que estar siempre presente en las políticas públicas, pero sobre todo, que la desigualdad es un problema y un drama global. Una polarización de una única realidad, de la que también somos responsables.
Antes de llegar al 99,5%: ¿Cómo vamos a actuar los arquitectos? ¿Qué rediseño de la población se puede lanzar, como una revolución, para empezar desde ya a ser los técnicos de la aldea global? ¿De qué modo vamos a retomar la voz y el voto para involucrar más, muchísimo más, a la arquitectura y el urbanismo en las políticas públicas al servicio del 99%?
Artículo Final: Todo individuo tiene derecho a la arquitectura, la planificación urbana, a las infraestructuras y servicios que aseguren la salud, seguridad, educación, integración y desarrollo humano gracias a la innovación, la tecnología, la memoria cultural y la conciencia global.
Ana Asensio | Arquitecta
@AnaArquitectura